Para un chibolo y sus amigos, de cualquier colegios público, de ciertas características, haber contado con computadoras en la escuela pudo haber sido una experiencia llena de frustración. Al menos lo fue para los estudiantes de dos instituciones educativas según lo hemos sustentado en esta tesis hace algunos años atrás.
Lo cierto es que alguna vez nos encontramos con un colegio público que tuvo una población de 2,800 estudiantes y 80 computadoras, distribuidos en 2 laboratorios. Una división simple nos indicaría un ratio y ese número es imaginarse tantos alumnos sentadas al frente de una computadora personal.
Así fue cada alumno tenia la esperanza que el puñado de profesores que enseñaban con computadoras e Internet los condujera a la famosa aula con computadoras, antes de ayer; laboratorio de cómputo, ayer; aula de innovación pedagógica, tal vez hoy; y actualmente, a lo mejor, el centro de recursos tecnológicos.
Pero los alumnos tuvieron que afrontar otro desafió del sistema de su educación secundaria organizado a través de alumnos por aula, por hora de clase por docente: las secciones. Algunos de ellos estudiaban en la sección G eso quiere decir con suerte llegarían a los espacios habilitados por computadora seis semanas después que hubiera ingresado el primer grupos de la sección A.
Y cuando llegaron a las aulas con computadoras y conexión a Internet de repente estas dejaban de funcionar, se sentaban de a tres o simplemente no existía el suficiente ancho de banda para que pudieran conectarse todos a la vez de manera fluida. En un día ideal todo funciono bien y el profesor les comento a los alumnos que deberían copiar de la pantalla a su cuaderno.
Aun hoy, siete años después, de rato en rato nos encontramos con aquella práctica. Pero seamos políticamente correctos, veamos siempre el vaso medio lleno aunque tengamos que sufrir por dentro lo paradójicamente productivos que fuimos, somos y seremos, si es que no encontramos una forma, una de cambiar radicalmente el sistema educativo.